Filosofía, es una
materia que no me gustaba en la escuela, cuando apareció la comparábamos con el
chamullo, hablamos boludeces y nos aprueban, es genial. Nos quisieron presentar
a los grandes pensadores y no les dimos la menor importancia. El tiempo pasó y
me crucé con una persona que pude catalogar como filósofo. Al tiempo de
conocernos, claro, en primera instancia fue un compañero con el que jugábamos y
charlábamos mate de por medio. Empecé a analizar las acciones de la gente,
luego las mías, luego el comportamiento de los animales, la distribución y
esparcimiento de la flora, el comportamiento social desde un grupo de amigos o
una familia hasta el de los humanos como raza “dominante”. Hondé en la percepción
del espacio, tiempo y gravedad. Con condimentos de otra gente que se nos unió a
las charlas me dejé asombrar por algunas bases de la física que modificaron mi
perspectiva y mi línea de pensamiento. Con otros condimentos comencé a ver el
espiritualismo, trabajos sobre la respiración, la conexión entre las cosas, los
chacras, la trinidad mente, cuerpo y espíritu. Seguí y pensé en la muerte, qué
tan real es y qué tan relevante es, le di un lugar en mi pensamiento. Así volví
a la física y unifiqué todas las cosas en las que se puede pensar en la ciencia
absoluta, el lenguaje. Siendo este el origen de la existencia humana, o al
menos lo será hasta que podamos trascenderlo. Entonces, soy un filósofo? ¿Es mi
amigo un filósofo? Nunca me atreví a decirlo porque suena muy altanero, suena a
que uno es más que el resto. Pero me cansé de ese miedo. Lo busqué en el
diccionario, acudí a la ciencia madre, y sí, soy un filósofo, y no, no tiene
ninguna connotación social. La idea de colocar a la gente en diferentes niveles
del escalafón que nos inventamos de acuerdo a su forma de pensar no es más que
una necedad.
Pensar en estas
cosas me genera satisfacción. Es entrar dentro de mí, buscar cosas escondidas y
sacarlas a la luz, lustrarlas y exponerlas. Es descubrirme. De esta manera
tengo pequeñas revelaciones frecuentemente, a veces me asustan y otras me
reconfortan. Pero otras veces me invade un sentimiento fuerte, que puede ser alegría,
fraternidad, miedo, y todas las cosas en las que pensé, mi imagen de las cosas
como son que tanto trabajé, se desmorona y se torna hipócrita revelando mi
verdadero yo. Somos reales sólo cuando nos olvidamos del tiempo, cuando nos
invade el sentimiento. Entonces la filosofía desaparece, cuando volvemos ella
nos está esperando, pero la vemos con otros ojos. Entonces por un rato me
pregunto, ¿para qué tanto pensar?
Nahuel Lombardi (28)
Dublín - 26/marzo/2016